CÓDIGO Y POSTURA DE LA ÉTICA INSTITUCIONAL

CÓDIGO Y POSTURA DE LA ÉTICA INSTITUCIONAL 
  
    El famoso escritor y psicólogo Erich Fromm, hablando de uno los principios fundamentales de la ética, como lo es aquella valiosísima regla de oro: ''No hagas a los otros lo que no quieras que te hagan a ti", refería que es igualmente justificado afirmar lo siguiente: “Todo lo que hagas a otros te lo haces también ti mismo”. El autor, ciertamente, evalúa en su frase la conveniencia de la ética como parte esencial del comportamiento humano, en donde se involucran, entre otros conceptos, la moral, la virtud, el deber, la felicidad y el buen vivir. Para definir la ética se recurre normalmente a la excelente y clara definición de Savater: “el arte de vivir, el saber vivir, por lo tanto el arte de discernir lo que nos conviene (lo bueno) y lo que no nos conviene (lo malo)” (Ética para Amador, 1991). En efecto, dado que la palabra ética proviene del griego êthikos (carácter), se trata entonces de estudiar la moral y el accionar humano para fomentar comportamientos deseables.  Por extensión, un juicio ético conlleva la elaboración de un criterio moral y una norma que señala cómo deberían actuar los integrantes de una sociedad. Si partimos, entonces, de que la profesionalización del ser humano implica una ocupación que contribuye con el bienestar de una comunidad determinada, se tiene que para ello es necesario que el trabajador (el profesional) se desempeñe con la mayor responsabilidad posible, siguiendo obviamente los requisitos que las leyes contemplan en función del desarrollo de esa tarea. Es decir, los principios éticos se encargan de fijar límites absolutos que ayudan a no transgredir lo que culturalmente hablando imponen los valores y principios de una comunidad o sociedad específica, y que bien puede llegar a ser una compañía, organización o cualquier institución en concreto.  Al respecto, cabe citar las palabras de Gracia (2006), quien diligentemente argumentó sobre la ética de las profesiones:  
    Cualquier práctica humana consiste siempre en la realización de valores. Pero una práctica no tiene por qué identificarse necesariamente, y menos de 
modo exclusivo, en la realización de un valor determinado. La razón de esto es obvia: en toda práctica intervienen siempre varios valores, que además entran en conflicto entre sí. Qué valor deberá realizarse en cada caso, es cosa que no puede establecerse a priori, sin tener en cuenta la ponderación de las circunstancias y la evaluación de las consecuencias previsibles. Toda profesión es una práctica, y como tal en ella se dan continuamente conflictos de valores. Cómo deben resolverse esos conflictos, es cosa que habrá de determinarse en cada caso, analizando lo que en él «debe» o «no debe» hacerse (p. 1).  
    En otras palabras, como la ética tiene por objeto determinar lo que debe o no debe hacerse, inherentemente aparece la práctica. “La ética tiene que ver con la praxis”, afirma el mismo Gracia (ibíd.). El autor da como ejemplo a la medicina, la cual en tanto que profesión, tiene una ética, y ésta se ocupa de lo que el profesional debiera o no debiera hacer. Como la ética consiste siempre en la ejecución de valores, por tanto una ética profesional se ocupa de ellos sin reticencia.  Como se sabe, las personas viven bajo la influencia de las organizaciones en las cuales desempeñan su trabajo, donde por cierto se encuentran problemas morales serios y complejos, pero también modernamente recursos para solucionarlos. Por tal razón, “la ética institucional ha surgido como un nuevo y poderoso marco para la reflexión moral” (Horwitz et al., 2009). Simplemente, afirman, no basta con la gestión de resultados, sino que hay una trascendencia moral como centro de interés. Ahora bien, es momento de revisar lo que se entiende como ética institucional. Según Perales Cabrera (2008), constituye un conjunto de “aspiraciones morales, normas, costumbres, creencias y otros, que dan forma a la cultura organizacional de una institución”. Las funciones de la ética institucional pueden ser muchas y variadas, pero se pueden condensar en lo siguiente: en primer lugar, actúa como un mecanismo de defensa institucional protegiendo, al mismo tiempo, la fortaleza organizacional. Por otro lado, neutraliza el estrés laboral, resguardando eficazmente la salud de todos los miembros de la institución. De la misma manera, la ética institucional debe fundamentarse en la solidaridad y la justicia. Finalmente, su aplicabilidad favorece la adaptación y el desarrollo ulterior de la institución.       En efecto, las compañías, organizaciones, entes e instituciones en general, se han dado a la tarea –por lo demás imprescindible– de crear códigos de ética con la finalidad de guiar a sus miembros –gerentes y trabajadores– en el desempeño de la calidad profesional, así como también la corrección de hábitos y comportamientos desacertados. De esta forma, se fomentan verdaderas conductas de consistencia, con principios y valores que unifican proyectos e incentivan diálogos y reflexiones sobre hábitos o actos impropios que pudieran provocar incomodidades en el colectivo institucional.      En el contexto profesoral y docente, son evidentes las responsabilidades morales y las connotaciones éticas involucradas. En rigor, cualquier conducta o diligencia de un educador representa una oportunidad para modelar efectivamente al estudiante, pues aquél es el ejemplo y debiera ser la mejor referencia en ese sentido. En relación con esto vale la pena mencionar que, entre los muchos deberes que tienen los profesores para con los estudiantes, despuntan la honestidad (o conciencia de las propias limitaciones), la confianza (que implica la confiabilidad) y el respeto (por la diversidad, los puntos de vista, los esfuerzos y logros). Considerando todo lo anterior, y adicionando que la ética es lógica de la vida, se puede decir que la ética en las instituciones es una actividad intelectual, abierta y crítica. Indudablemente, es “esencialmente problemática y controversial, necesitando la reflexión y el diálogo” (Cortina y Connill, citado por Ferrer y Guijarro, 2007). En todo caso, la meta es que el egresado (bachiller, universitario…), quede consciente de su posible contribución a la sociedad en el marco de una verdadera formación y una realidad éticamente viable.     El papel del docente es, claro está, fundamental, por lo que es hora de aplicar sin dilación los mejores valores humanos, resolver los conflictos interpersonales y descartar eso que se ha llamado la “comunicación anómala”, a base de chismes y discordias laborales. Aunque parezca difícil, de lo que se trata es de observar una conducta apegada a principios morales y éticos, mantener relaciones cordiales con los dependientes de la institución, mostrando compañerismo y amor por el prójimo, cultivando y modelando la personalidad, aprovechar las oportunidades de capacitación y entrenamiento, observar buenos modales, buenas costumbres y toda norma de cortesía, utilizar canales adecuados para la resolución de conflictos, actuar con apego a la verdad, respetando las evidencias de la realidad y los hechos, apegarse a las normas y procedimientos establecidos, preservar bienes y equipos institucionales, usar con sensatez y prudencia los recursos asignados en sus funciones, brindar un servicio eficiente y de calidad, y no intervenir en la agilización de procesos internos a favor de amigos o relacionados. La enumeración anterior no es más que un simple esbozo de lo que puede ser o pudiera contener un código de ética institucional (faltarían muchas consideraciones más). Lo importante es que el profesional actúe de manera imparcial y objetiva en la toma de decisiones, y que procure basarse en hechos reales, juicios veraces, independientes y neutrales, sin privilegiar prejuicios personales, criterios arbitrarios de valoración o la coerción de intereses inadecuados. En Venezuela, huelga decirlo, los códigos de ética institucional son estrictamente necesarios, habida cuenta de la corrupción en la administración de los bienes del Estado, por lo que el pueblo requiere de hombres y mujeres comprometidos con la moral, uniformes en el pensamiento y la acción ética, con vocación de servicio, actuando en concordancia con los valores de la verdad y la justicia, apegados siempre a los valores y principios institucionales.  Aunque el mencionado vicio no es nuevo, ni siquiera propio de la Quinta República, sino que está enquistado en la idiosincrasia nacional desde hace siglos, es momento de atacarlo con decisión y fiereza, pues se puede tornar en absoluta perdición moral, en menoscabo del aparato gubernamental y, por ende del pueblo y la sociedad en general. En vista de ello se destaca, entonces, la importancia de la ética en la institucionalidad venezolana. Pero más allá de las organizaciones está el deber de cada quien; el venezolano debe procurar ser sensato, juicioso, comunicador, desarrollarse personal y profesionalmente, ser persuasivo, autónomo, prudente, honesto, ordenado y, además, perseverante. Solo así se conseguirá alcanzar una ética valedera y beneficiosa a favor de todos. Como diría Victoria Campos: “La ética o la moral deben de entenderse no solo como la realización de unas cuantas acciones buenas, sino como la formación de un alma sensible” (El gobierno de las emociones, 2011). 

Yoleida Pineda, C.I. 9.739.141 

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

Sectores de la economía, canal de distribución, etapas de la actividad económica.

La persona humana como sujeto de ética

Experimentos para realizar por equipos.